2022-06-19

TODAVÍA NO SE LLAMABA ASÍ

La Modesta Victoria original estuvo a punto de hacerse añicos

La embarcación, de la que décadas más tarde tomó su nombre la emblemática motonave, casi no pasa a la historia. Zafó por la sangre fría de su jefe, el entonces teniente Eduardo O’Connor.

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La embarcación que luego se llamaría Modesta Victoria estuvo a punto de hacerse añicos contra las rocas del Limay todavía bravío. Fue la sangre fría del teniente Eduardo O’Connor el factor que permitió superar el peligro y arribar, unos días después, al lago Nahuel Huapi, desde su continuación fluvial. Antes, la expedición había desistido de valerse del vapor Río Negro, porque avanzar por el río se tornó imposible.

El periplo se inició el 1° de octubre de 1883 y era el cuarto intento por arribar al gran lago por la ruta Negro-Limay. "En reemplazo de (Erasmo) Obligado, enviado en comisión a Inglaterra para la construcción de dos vapores nuevos, lo dirigió el teniente O’Connor, que participara de los tres anteriores como segundo. Componían esta vez la expedición los oficiales Federico Erdman, León Zorrilla y Elías Romero. Comandante del vaporcito era el teniente Wilson. Con destino al Alto Limay se llevaba una buena lancha de 8 metros”.

La reconstrucción se debe al historiador de la Armada Teodoro Caillet Bois, quien la publicó en el Boletín Naval correspondiente a mayo-junio de 1930. Según su racconto, sus camaradas “entraron al Limay el 2 de noviembre y el 12 anclaban frente al infranqueable peñón, donde se hizo en vano una última y peligrosa tentativa con el vapor. O’Connor decidió entonces continuar adelante con la lancha y, como Cortés, quemó sus naves, ordenando el regreso del vaporcito aguas abajo. La navegación de los botes se hizo cada vez más penosa, y fueron muchos los tumbos, golpes y varaduras. Las aguas cristalinas del Limay se habían enturbiado, lo que denunciaba creciente”.

Avanzar era trabajoso. “En once días llegaban al paraje donde el año anterior ordenara Obligado el regreso”. Se refería Caillet Bois al lugar donde, en 1882, se entabló un tiroteo con la gente de Valentín Sayhueque. “Una fuerza del Ejército estaba acampada en un hermoso valle de la margen izquierda. El cauce del río estaba allí libre de peñascos. Tres días después tropezaron con un rápido aparentemente infranqueable, donde la correntada, de 10 nudos, se estrellaba contra una barra de rocas. Era el rápido donde diez años antes naufragara con su canoa el explorador Cox, procedente de Chile”.

En realidad, Guillermo Cox había intentado unir el lago con Carmen de Patagones por vía fluvial en 1863, o sea, dos décadas antes. Justamente, su embarcación se hizo añicos y fue a parar a los toldos del lonco Paillacan, padre del célebre Foyel. “A pesar del aspecto amenazador del obstáculo, intentaron su franqueo y lo lograron, no sin dificultades: envuelta la lancha entre las espumas faltó la sirga y fue inminente el desastre, pero O’Connor lo evitó con la mayor serenidad ordenando inmediatamente arrojar carga al agua”.

Ese tramo del río es hoy un plácido estanque, ya que su curso fue modificado sustancialmente por los embalses que alimentan las represas hidroeléctricas. “Al día siguiente llegaban al tan esperado Traful, donde se tomaron varios días de bien ganado descanso”, juzgó Callet Bois. “El 6 de diciembre prosiguieron su exploración contra correntada cada vez menor y márgenes despejadas, que ocasionalmente les permitían desplegar vela”.

Además, iban más livianos porque “el bote pequeño había sido dejado en el Traful para auxilio de las tropas de línea. Y el 13 de diciembre, por fin, las profundas aguas del lago se vieron cortadas, entre vivas a la Patria, por la primera embarcación que recorriera el Limay en toda su extensión. La lancha quedó bautizada desde ese día con el nombre de Modesta Victoria”, que no solo ironizaba sobre el logro, además homenajeaba a la esposa de O'Connor: Modesta Castro Higueras.

No finalizó allí la tarea. “Después de algunos días de descanso y de comunicarse O’Connor con las fuerzas del Ejército, acampadas a unas veinte leguas de distancia, en Junín de Los Andes, dieron principio los marinos a la tarea del levantamiento hidrográfico del lago, del que solo había un croquis muy imperfecto de Cox. Esta tarea les ocupó mes y medio, y el 10 de febrero emprendieron el regreso por el Limay despedidos fraternalmente, en una última comida y velada, por sus camaradas de la guarnición del fuerte Chacabuco”.

El regreso no fue del todo plácido, aunque previsiblemente, bastante más rápido que la ida. “No sin sufrir rudos golpes, y después de franquear por tierra el Gran Rápido –arrastrando la lancha a pulso– llegaron los expedicionarios en seis días a la Confluencia, y en unos cuantos más al Carmen, después de incorporarse en el camino al vaporcito”. El Río Negro hizo el resto del trabajo.

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